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El futuro desolador del campo mexicano

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PARA APIAVIRTUAL

Por Víctor Xochipa

Seis de la mañana, el señor Francisco Sánchez se levanta para ir al campo, sus herramientas de trabajo son un azadón, una hoz, y la una pala. Es diciembre y las mañanas son frías, la temporada de maíz se acabo en septiembre pero todavía no se termina de piscar maíz, los mogotes siguen en pie. Sin embargo, no es el mismo caso para todos los agricultores, hay parcelas que tienen el suelo descubierto esperando sembrar hasta la siguiente temporada y otros que están sembrando haba para aprovechar el tiempo.

Don Paco vive en Panotla un municipio semi- rural de Tlaxcala, cercano a la capital, donde el 60% de la población activa se dedica al sector primario (según INEGI 2010). Él es jubilado del IMSS y tiene 60 años, ahora se dedica con más esmero al campo, que según él, le deja mayor satisfacción que dinero -A mis hijos no les interesa sembrar, ellos quieren trabajar en una industria o en alguna dependencia gubernamental, saben que lo que se invierte en el campo no es costeable. Pero no comprenden que la cosecha es para comer todo el año, el maicito y el frijol nunca faltan en la mesa- explica con la emoción de niño.

Y es que, en las últimas décadas el sector agropecuario ha perdido importancia respecto a otras actividades económicas y de servicios. Se menosprecia la cosmovisión campesina de autoconsumo porque no compite con las grandes producciones que abastecen el mercado nacional. Sin embargo, como pequeño productor siguen sembrando sus tierras con maíz, frijol, avena, haba y alfalfa verde, que consume su familia y sirve de alimento para sus animales.

Actualmente la mayoría de los campesinos sufren los embates de la sequia, las plagas, la renta de maquinaria, el aumento del diesel, la falta de interés de la juventud, y el ausente apoyo del gobierno. Detalla -Para sembrar una hectárea nos gastamos alrededor de unos cinco mil pesos más o menos, que difícilmente ganamos vendiendo lo que se sembró. Por ejemplo: de una hectárea de maíz pueden salir dos o tres toneladas, que se comercializan en la Central de Abasto de Puebla a donde nos pagan entre dos y tres pesos el kilo. Así no es negocio, más de la mitad de la venta se va en la renta del tractor y las ganancias se las lleva el intermediario- Peor aún, además los intermediarios chantajean a los campesinos de aprovechar la oportunidad de venta de su cosecha porque pueden conseguir el maíz más varo en otras partes.

Eso no todo, el campo necesita agua, ya que la mayoría depende de ella para producir, y a falta de lluvia de temporal no crecen las plantas. -Todos dependemos del agua de temporal, si las lluvias son buenas tenemos buenas cosechas pero cuando no, utilizamos el riego del Río Zahuapan- Principal afluente de descargas residuales del Estado, donde en él se arrojan las aguas de la industria y el drenaje de todos los municipios del Estado de Tlaxcala. El peligro que se corre, es la contaminación de los alimentos con las sustancias toxicas que viajan en el río, mismas que han sido motivo de denuncias por organizaciones sociales como el Centro Julián Garcés que expuso ante el Tribunal Permanente de los Pueblos capitulo México; que la contaminación del Río Zahuapan-Atoyac supera las Normas Oficiales Mexicanas sobre la demanda bioquímica de oxígeno. Además de altos niveles de sólidos sedimentables, sólidos suspendidos, grasas, aceites y coliformes fecales.

Pero ¿qué podemos hacer? dice el campesino -el pago de riego con agua de pozo, por una hora es de noventa pesos y en una hora no regamos nada, en cambio menciona que el riego anual del Río Zahuapan no rebasa los cien pesos- Ante poniendo su salud y la de su familia justifica -Sabemos que es peligroso el riego con aguas negras, pero no tenemos de otra, tenemos que comer (dice en volumen bajo y en tono solemne) y hasta ahorita no tenemos problemas salud, ya después Dios dirá.

Con las manos llenas de tierra, unas botas de plástico, y un azadón él campesino trabaja deshierbando su parcela de habas, solo porque en esta ocasión su familia no lo pudo acompañar y porque no puede pagar la mano de obra de otra persona. Con una sonrisa de agradecimiento dice -En ocasiones nos comunicamos con nuestros vecinos de parcela y nos echamos la mano mutuamente para realizar las labores de labranza.

Por suerte o desgracia de la agroindustria, en esta región los campesinos no pueden pagar la compra de agroquímicos y fertilizantes (mismos que han producido la contaminación de la tierra), que para ellos es un lujo. Don Paco explica -Nosotros utilizamos el viejo sistema de agricultura de nuestros ancestros, reutilizamos nuestra semilla cada año y abonamos nuestras tierras con excremento de vaca. Aquí sembramos maíz, frijol, haba y alfalfa. No podemos sembrar más, no producimos como Guanajuato o Jalisco, no tenemos tecnología y para el campesino sembrar le implica un alto costo… que después nuestros hijos no van hacer- termina de hablar desalentado y con un poco de tristeza en el rostro se despide del entrevistador y agradece el tiempo para escuchar su situación.

El caso de Don Paco se reproduce a diario en varias comunidades rurales de México, un abandono social, político, y ambiental de pequeños productores que están condenados a desaparecer. Los campesinos son la imagen anacrónica que el desarrollo económico global quiere suplir por la agroindustria, y así dejar la soberanía alimentaria en manos de los grandes capitales.

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