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Edgar Borges y/o las historias que nos narran

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Vicente Huici

El delicioso libro Crónicas de bar (Editorial Milrazones, 2011) del escritor venezolano Edgar Borges saltea con habilidad una sucesión de visitas a diversos y variados bares asturianos, con oportunas reflexiones sobre la literatura y la creación de la mano de salpimentadas citas y personajes no menos ad hoc.

Se hermanan así la vida más vital – la de los bares y sus circunstancias- con la narración de la misma sin recurrir a alharacas estilísticas ni a experiencias mayormente trascendentales de “catedrales, de nórdicos o de vampiros”.

En su visita al Café del Molino Viejo del Parador de Gijón, Borges comenta con un grupo de amigos Anna Karénina del aguerrido Tolstoi. Sale al paso un artículo del escritor Eduardo Lago que enuncia que “al leer acerca de las vidas de los protagonistas se produce un intenso fenómeno de reconocimiento e identificación: todos hemos pasado por las situaciones que se nos describen en la novela”.

Pues bien, si yo hubiera estado en el Molino Viejo con el amigo Borges y sus amigos, no me hubiera mostrado muy de acuerdo con el postulado de Lago, y más bien hubiera defendido el contrario. Es decir, que nuestra identificación y reconocimiento no se deben tanto a que todos ( y todas) hemos pasado por las situaciones que se describen en las novelas ( en Anna Karénina y en otras tantas ) sino que más bien somos incapaces de narrarnos a nosotros/as mismos/as las situaciones por las que pasamos sin recurrir a las novelas.

Pues, en efecto, por lo que ahora ya sabemos, todas las narraciones, desde los cuentos que escuchamos de pequeños hasta las novelas que leemos de mayores, pasando por las obras de teatro a las que asistimos o las películas que vemos, van generando en nosotros una trama de tramas capaz de dar cuenta de casi todas las situaciones por las que puede transcurrir nuestra vida y, por lo general, según un esquema tan clásico como el tópico aristotélico de planteamiento-nudo-desenlace. Todo esto ya lo ha demostrado Erich Auerbach respecto de la literatura occidental (en su obra Mímesis) y François Julien respecto de la oriental (La urdidumbre y la trama), pero, además, como dijo el lúcido Josep Pla que la novela tenga una trama no significa que la vida la tenga, y estas identificaciones y reconocimientos no suelen ser sino intentos salvíficos de que la tenga.

Sin duda, con esta percepción de lo literario como mímesis inocente de la realidad se gana en seguridad ontológica, a menudo narcisística y grupal (del grupo lector que diría Pierre Bourdieu en su La distinción) pero con ello también, y precisamente, se pierde la oportunidad de percibir la vida sin mayores guardaespaldas (en este caso, narrativos).

Así, habría que esbozar otra literatura, una literatura no necesariamente novelística, en la que, aun sabiendo que entre todos/as construimos eso que se llama realidad - fundamentalmente por medio del lenguaje- (Berger-Luckmann: La construcción social de la realidad), podamos llegar a considerar que resulte interesante (e incluso apasionante) renunciar a la consolación del reconocimiento y la identificación, y abrirse a la vida y a otro lenguaje ( como se abre uno al vermouth de La Paloma en Oviedo).

Algo de todo esto circula ya con una familiaridad no exenta de rigor en este inteligente y divertido libro de Edgar Borges.

Apuntes de “Crónicas de bar”.

• “…la locura es una introspección silenciosa que anda reconstruyendo vivencias. El loco es un viajero silencioso de su mundo interior que, como el niño, le teme a la cordura de los adultos”.

• “… los cafés son los templos donde los humanos celebramos la memoria”.

• “El bar es el confesionario más democrático de todos los que existen”.

• “Las fotos de las paredes son un puente entre la memoria individual y la colectiva. Cada ser es parte de un todo que se va articulando en el tiempo; una mirada me recuerda al abuelo que leía la prensa del día en el Gran Café de Caracas”.

• “Si en las escuelas se enseñara jazz, el planeta sería un lugar más libre y armónico”.

• “En los cafés, como en los bares, se intenta arreglar el mundo; en cada mesa, así como en las barras, van y vienen las soluciones del día (mientras, otros nos enredan la vida a puertas cerradas)”.

• “Mi amiga Mónica me lo advirtió la semana pasada: Georges Perec entra todos los viernes a Pizarra Café y luego desaparece”.

• “El lugar me gusta, parece una caverna donde se esconden las personas que aún piensan que la vida se vive de cerca, energía a energía”.

• “Hay una cordura feroz que anda aplastando a los locos silenciosos”.

• “En eso la camarera se me acerca y, con fina ironía, me pregunta si le daré otra vuelta a la ruta (para seguir curioseando la vida de los otros) o pediré algo”.

• “Me gusta pensar en el bar como centro de posibilidades (cada bar es un mundo)”.

• “Robert Walser no estaba loco, por lo menos no en el sentido de lo que la gente llama locura. Quizá no comprendió la vida de los adultos… Es posible que haya sufrido algún tipo de locura vinculada con la derrota de la infancia”.

• “La gente que va y viene me recuerda «la casa de las abuelas donde todo el vecindario entra”.

• “… la barra es un aposento de sosiego para tres hombres que, más que atender sus tragos, contemplan el ir y venir de la hermosa camarera”.

• “En la fotografía que observo fui captado en pleno recorrido por La Bodega. Yo era un curioso más que veía situaciones ajenas. Y detrás de esta imagen (y de la memoria) continúan moviéndose detalles, vivencias”.

• “Las palabras son espacios solo si avanzamos. La muerte puede ser una metáfora o una acción. La vida puede ser una amenaza cuando se usa en contra de otro”.

• “De pronto desaparece la música, silencio en el bar (derrota en la calle). Todas las miradas buscan la puerta: un hombre nos observa con mirada inquisidora”.

• “Y mi realidad, fugitiva de todo peso, se escapa con la chica que danza la música libertaria de Eddie Palmieri”.

• “Me despierta curiosidad observar la satisfacción de tanta gente dentro de un pequeño bar; curiosidad que me hace relacionar la vida bella con lo pequeño”.

• “… me quedo contemplando el baile equilibrista y solitario que una chica celebra en una esquina… ¡Tempo de mujer libre en movimiento secreto!”

Vicente Huici (Pamplona, Navarra, España, 1955). Filósofo, escritor y crítico literario.

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